La noche del lobizón
Vicente Pastor Delgado era un joven periodista que trabajaba en un periódico local de una pequeña ciudad del norte de España1. Su sueño era convertirse en un reportero de investigación, pero sus jefes solo le asignaban noticias intrascendentes y aburridas. Vicente se sentía frustrado y aburrido, hasta que un día recibió una llamada que cambió su vida.
Hola, Vicente. Soy tu tío Luis, el hermano de tu madre. Necesito que vengas a verme cuanto antes. Tengo algo muy importante que contarte.
Hola, tío Luis. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
No, Vicente. No estoy bien. Estoy en peligro. Y tú también.
¿De qué hablas, tío? ¿Qué peligro?
No puedo explicártelo por teléfono. Tienes que venir a mi casa. Está en el campo, cerca del bosque. Te enviaré la dirección por mensaje. Por favor, Vicente, ven lo antes posible. Es una cuestión de vida o muerte.
Está bien, tío. Iré en cuanto pueda. Pero dime, ¿qué es lo que tienes que contarme?
Te lo diré cuando llegues. Solo te adelanto una cosa: tiene que ver con la maldición de nuestra familia.
Vicente colgó el teléfono y se quedó perplejo. ¿Qué maldición de su familia? ¿De qué estaba hablando su tío Luis? Vicente apenas lo conocía. Sabía que era el hermano menor de su madre, que había vivido muchos años en el extranjero y que se había instalado en el campo hace poco tiempo. Vicente nunca había tenido mucha relación con él, ni con el resto de su familia materna. Su madre había muerto cuando él era un niño y su padre lo había criado solo.
Vicente decidió ir a ver a su tío Luis, movido por la curiosidad y la preocupación. Tal vez su tío estuviera enfermo o delirando. O tal vez tuviera algo realmente importante que revelarle. Vicente cogió su coche y condujo hasta la casa de su tío Luis, siguiendo las indicaciones que le había enviado.
Llegó al anochecer, cuando el sol se ocultaba tras las montañas y la luna llena iluminaba el cielo. La casa de su tío Luis era una vieja casona de piedra rodeada de árboles y arbustos. Vicente aparcó su coche frente a la puerta y tocó el timbre.
Nadie respondió.
Vicente tocó de nuevo el timbre y llamó a gritos.
- ¡Tío Luis! ¡Soy yo, Vicente! ¡He venido a verte!
Nada.
Vicente probó a abrir la puerta y vio que estaba abierta. Entró con cautela en la casa y encendió la luz.
La casa estaba vacía y en desorden. Había muebles rotos, papeles tirados por el suelo y manchas de sangre en las paredes.
Vicente sintió un escalofrío y sacó su móvil para llamar a la policía.
Pero antes de que pudiera marcar el número, oyó un ruido en el piso de arriba.
Era un gruñido salvaje y amenazador.
Vicente subió las escaleras con cuidado, siguiendo el sonido.
Llegó al final del pasillo y se encontró con una puerta entreabierta.
Empujó la puerta y entró en la habitación.
Allí vio a su tío Luis.
O lo que quedaba de él.
Su tío Luis estaba tendido en el suelo, cubierto de sangre y heridas. Tenía las ropas rasgadas y el cuerpo lleno de mordiscos y arañazos.
Pero lo más espantoso era su rostro.
Su rostro ya no era humano.
Era el rostro de un lobo.
Un lobo con los ojos inyectados en sangre y los colmillos manchados de rojo.
Un lobo que lo miraba con odio y furia.
Un lobo que se levantó lentamente y se abalanzó sobre él.
Vicente no tuvo tiempo de reaccionar.
Solo tuvo tiempo de gritar.
- ¡Tío Luis! ¡No!
FIN
Comentarios
Publicar un comentario